Nací, lo que tampoco es mucha novedad, en un pueblo que cada año, cuando las despensas comienzan a oler a turrón y mazapán, se llena de cuentos e historias. Crecí, lo que ya tiene cierta importancia, con un abuelo que, entre cigarros, me contaba historias que extraía de los miles de libros que guardaba en sus estantes y que despertaban mi curiosidad con ellas. Luego me fui a estudiar. Y cuando me di cuenta, hacía más el saltimpanqui que la tarea, escribía más cuentos que trabajos y el día del examen me coincidía con la muestra de las clases de teatro que daba en éste o en aquel colegio o instituto.
¡Toda una locura!
Al final tomé una decisión. Dejar de pretender ser quién no era y aceptar ser como nací y como crecí: con cuentos e historias en la cabeza y mil locuras en el resto del cuerpo.